ARTE Y FE
¿Para qué
mirar el tiempo? ¿Para qué hacer predicciones? Era la mañana del 14 de
Septiembre de 2013 y las nubes nos debían una.
Ese día
se respiraba algo distinto, era aire, sí, pero endulzado con incienso. Se
caminaba por unas calles distintas, eran las de siempre, sí, pero más estrechas
si cabe. Córdoba era diferente, la misma ciudad, sí, pero con aires de grandeza.
Las
calles y templos abarrotados de turistas y cordobeses nos hacían presagiar lo
que viviríamos esa tarde noche. En realidad, ni lo imaginábamos. Era imposible
imaginar algo así.
Las 17:15
en el reloj, no cabía un alfiler en la plaza de San Hipólito, Jesús llevaba
andando coronado quince minutos por su barrio...Las puertas se abrieron a los
sones de Saeta Cordobesa para dar comienzo a mi particular 14-S. Las primeras
lágrimas asomaban al ver caminando con porte de Reina a la que ese día fue Señora
de Córdoba. Una mujer me preguntó: "¿Cómo se llama esta Virgen?"
"La Reina de los Mártires" y acto seguido, con los primeros sones de
Salve Regina Martyrum me respondió: "Verdaderamente es una Reina".
Con un pinchazo en el corazón abandoné San Hipólito para dirigirme a San Pablo,
una última mirada hacia atrás, sonaba Estrella Sublime...
Ya llegó
el momento. 17:30 en el reloj, tiempo detenido en uno de los salones de San
Pablo. Trabajos repartidos, ropas hechas, cigarros consumidos con
nerviosismo...todo ello silenciado por las tradicionales palabras de Ángel
Carrero, capataz del Señor. "Hoy Córdoba es el centro de la Iglesia
Católica, la punta del iceberg. Cuando lleguemos a Catedral nos estarán mirando
millones de personas, nos estarán mirando aquellos que piensan que puede ser la
última vez que vean a su Cristo en la calle...Señores, hoy es nuestro día,
después de tres años hoy es nuestro día, así que a derrochar arte y fe, arte y
fe..."
De nuevo
entrar en la iglesia como tantos Viernes Santos, aunque esta vez las caras de
mis hermanos esbozaban una amplia sonrisa y un brillo de ilusión en los ojos.
Ya estábamos todos bajo Él. Tres golpes de martillo y las ilusiones, los sueños
y el esfuerzo de esta cuadrilla, se levantaron lentamente hacia el cielo de San
Pablo. Entonces sucedió, poco a poco de frente, el Stmo. Cristo de la
Expiración y María Stma. Del Silencio estaban en la calle. Los sones de
Expirando en tu Rosario se hacían hueco entre una multitud que aguardaba al
final de aquella mágica rampa. Se sintió el trabajo bien hecho, la unión de
esta cuadrilla. No era la cuadrilla alta quien subía la rampa de San Pablo, ni
siquiera era la baja...aquella rampa la subieron todas y cada una de las
personas que habían hecho eso posible, aquella rampa la subían los costaleros
que hoy no estaban con nosotros, los contraguías que no podían estar, la subían
los latidos de mis hermanos, los ojos vidriosos de algún que otro costalero.
Era una realidad, o ¿quizás un sueño? un sueño llamado Expiración.
Poco a
poco aquello que algunos tacharon de imposible, tildaron de locura, se hacía
carne. Ya estábamos todos allí, las 18 hermandades. San Fernando mostraba una
estampa de ensueño, Huerto, Expiración, Redención, Caído, Humildad...Coronación
irrumpía junto al Rescatado en Cruz de Rastro...miles de flashes rompían la
oscuridad de la noche. Sentencia se abría hueco mientras Amor y Descendimiento
lloraban desde la otra orilla...Clamores, aplausos, llantos, cornetas,
tambores...Córdoba alzaba la voz reclamando la grandeza de su Semana Santa...de
repente: Silencio. Córdoba calló y así quisieron hacerlo los allí presentes. Un
silencio que estremecía, incluso el rachear de las cuadrillas era un rachear
tímido, cauteloso. Sonaba una banda, sí, pero era callada por las bambalinas de
su palio...En cada arriá miraba por el respiradero y veía en los rostros de la
gente esa solemnidad que tanto en falta echábamos por la ciudad califal, veía
rezos, admiración, fe...
La voz de
Fermín Pérez resonaba por toda la ribera como si la voz del mismo Dios se
tratase. Al fin, bajo el arco. Era momento de acordarse de los que ya no están,
de los que marcan tu vida, de tus seres queridos...una levantá milimétrica e
irrumpimos en el corazón de la mejor carrera oficial que haya visto una ciudad.
El peso de su amor caía como nunca, la Catedral nunca estuvo tan lejos, tan
cerca pero a la vez tan lejos. Y en mitad de ese silencio, en la Puerta del
Perdón, aplausos y una mano amiga que te estrecha la tuya con fuerza. Ya
estábamos allí, el Señor de la Expiración entraba triunfal en el Patio de los
Naranjos que tan olvidado nos tenía ya. No había azahar, pero había lágrimas
junto a los Naranjos. Una música celestial te hacía creer que entrabas en el
paraíso, pero ¿no era aquello el paraíso?. No quedaban fuerzas, o eso creía
yo...porque en ese momento Rafa Pulido supo sacar más de mí: "Capdevila,
mira a tu derecha, ahí tienes a tu Señora". Por casualidades de esta vida,
por el destino, o porque así lo quiso Dios, el Señor era posado justo al lado
de la Reina de los Mártires. Abrí el faldón, y os aseguro que aquello realmente
era el paraíso. La Catedral fue más Catedral que nunca, abrazos entre hermanos,
ilusiones desbordadas ante la presencia de esas 18 imágenes que siempre
tendremos en nuestra memoria. Fue un momento mágico. No existían 18
hermandades, no existían 18 cuadrillas, sólo el sentimiento de unión entre
todas ellas. Tanta emoción hacía pensar que había acabado ese sueño,
afortunádamente, sólo estábamos a la mitad.
Y de
nuevo, otra vez las bandas, otra vez los vítores, los clamores, los aplausos,
Córdoba despertaba de nuevo y nadie quería dormir en aquella madrugá dibujada
por la fe. Nunca olvidaremos las calles de una Judería abarrotada por un
sentimiento cofrade nunca visto en esta ciudad.
Pero
basta de ruido, ya basta de narrar la vuelta a casa de las otras 17, es el
momento cumbre de Expiración. Abandonada ya la Catedral y sus calles,
esquivadas ya las bandas que nos escoltaban, toca adentrarse en Lineros, en San
Pedro, en Corredera. Placer para los sentidos el recogimiento y el intimismo
vivido a esas horas de la noche. Imposible de olvidar el brazo extendido desde
un balcón de la Calle del Pollo que alcanzaba a tocar la mano del Señor de San
Pablo. Incienso, rachear, exquisitas marchas de una AMUECI entregada a la
mirada de María Stma. Del Silencio. Una Corredera vacía recibía con los brazos
abiertos a una cuadrilla que quiso hacerse cuadrilla en ese entorno, que
pretendía recogerse en lo más hondo de su esperanza a los sones de Virgen del
Valle. Una Espartería que se alzaba intimidante se quedó ridícula ante el
empuje y el orgullo de la cuadrilla y el cuerpo de capataces del Señor de la
Expiración. Última chicotá -eterna ya diría yo- en Capitulares, el cansancio
era palpable pero hubiéramos muerto por ser quien encerrase al Señor en su
casa.
Salí bajo
el faldón entre lágrimas, y entre lágrimas vi como ese sueño se alejaba por la
rampa de San Pablo de nuevo. Otra vez Expirando en tu Rosario. Yo iba detrás
junto a mis hermanos. Nos mirábamos con admiración y amor los unos a los otros
mientras aquella poética estampa se borraba con los tres últimos golpes de
martillo. Ya estaba el Señor en su casa, hasta el Viernes Santo.
Y
mientras mis hermanos se abrazaban y dejaban florecer todos los sentimientos encerrados
bajo las trabajaderas, yo miraba al Señor de la Expiración y le decía:
Verdaderamente, hoy has derrochado arte y fe, arte y fe...
Eduardo Capdevila
Hermano de la Expiración
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