martes, 1 de octubre de 2013

LA EDAD DE LA VIRGEN DEL ROSARIO


La edad de la Virgen del Rosario.

Si nos podemos a escribir sobre La que en estos días cumple cuarenta años se nos hace prácticamente imposible describir determinados aspectos que desde Ella irradian. Así como ocurre con otras imágenes sagradas de nuestra Semana Santa, la Virgen del Rosario posee, como decía San Agustín heredado del poeta Petrarca, un “nescio quid”, es decir, “un no se qué”, en su rostro, en sus manos, en su mirada, en su valiente inclinación, en su boca entreabierta... que la hacen única: Un antes y un después en las devociones marianas de nuestra ciudad.

Todo en ella irradia un porqué. La gracia de sus manos son guantadas a nuestra fe torpe y débil que nos enseña a pasar las cuentas de nuestro rosario diario. Su boca abierta suelta el aliento justo para sobrellevar el peso del paro, del cáncer, del alzheimer, del hambre. Sus ojos son dos balcones, grandes ventanas a la eternidad, a través de los que se asoman los muertos para decirnos que viven y anunciarnos la Gloria que nos aguarda, nuestros muertos más queridos, que viven ya con Ella y junto al Padre y al mirarla, los vemos como nos dice también San Agustín: "aquellos que nos han dejado no están ausentes, sino invisibles; tienen sus ojos, llenos de gloria, fijos en los nuestros, llenos de lágrimas". Y esa graciosa inclinación que sobre su paso le vemos, ese andar empujando la candelería, como queriéndola apartar para llegar antes a nosotros, no significa otra cosa que un gran sí. La Virgen del Rosario es un gran sí, un gran fiat -hágase- bajo palio. "¡Hágase!" dijo Dios cuando creó el mundo. "¡Hágase!" dijo María cuando aceptó que el Señor se encarnara en su seno, en lo que según la teología fue una segunda Creación. "¡Hágase!" lleva gritando cuarenta años la Virgen del Rosario desde su palio, como un eco de la fuerza que resucitó al Señor de la muerte y descorrió la piedra de su sepulcro. 

Nosotros, humildes, y abatidos ante su gran poder, ante su tierna mirada, sólo no queda detenernos ante Ella, contemplarla y leer el Evangelio que nos marcan sus manos. Hablar con nuestros fieles difuntos a través de sus ojos. Andar junto a ella cada mañana cobijados por su valentía pero obnubilados por su increíble, dulcísima, inquebrantable, inefable e inalterable, por los años, belleza. Dicen que cumple 40 años, pero yo La veo igual que siempre. Como gritaron los apóstoles el día de la Transfiguración, sus hijos cuando estamos junto a Ella gritamos “Ay Señor, qué bien se está aquí”. A su lado. 

No envejezcas. No mueras nunca. Quédate como siempre. Dulcísima. Altísima.



Rafael Cuevas Mata.



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